miércoles, 10 de febrero de 2010

NOS LADRAN SANCHO

Las personas que deciden hacer vida pública, saben que están sometidas al escrutinio público y que nunca podrán complacer los estándares y cosmovisión de todos sus congéneres.

Eso incluso es bueno por que determina un tipo de comportamiento en las figuras públicas, que en países como el nuestro, paternalista y conservador, llegan a asumirse como dueños de un patrimonio del que son solo mandatarios.

También es malo. La práctica nos indica que los ciudadanos honestos no participan de la actividad pública por temor a ser evaluados por ciudadanos que carecen de la información para su evaluación y que en muchos casos también carecen de la calidad moral para evaluar. Saliendo perjudicada la sociedad pues sus mejores recursos no son aprovechados.

Eso determina que los viejos en la actividad estén desacreditados y los nuevos se frustren. Si llegaron pobres a una función, es un crimen salir ricos y si llegaron ricos es seguro que multiplicaron su riqueza en dicha función, para el rumor público nadie está limpio.

Los jóvenes llegan a la actividad pública seguros de que pueden ser agentes de cambio y transformación. Su impetuosa naturaleza les impulsa a luchar contra el sistema, convencidos de que saldrán vencedores. Gracias a ese ímpetu el mundo todavía gira.

Sin embargo, como sucede en toda actividad, la mayoría termina rendida ante una realidad establecida y para no sentirse impotentes o fracasados, se asimilan a las reglas que antes rechazaban, pasando entonces a formar parte del grupo de los desacreditados.

De todas formas y desde cualquier tribuna, hay que seguir pregonando la participación en la vida pública, pues es la única forma de algún día dejar fuera a la carroña. Consientes de que el precio que se paga, el descrédito, es insignificante ante el premio que se obtiene: la satisfacción de hacer lo que se cree correcto. Que nos sirva de consuelo la palabra sabia del prócer de la revolución cubana:

Triste cosa es no tener amigos, pero más triste ha de ser no tener enemigos porque quién no tenga enemigos señal es de que no tiene talento que haga sombra, ni carácter que impresione, ni valor temido, ni honra de la que se murmure, ni bienes que se le codicien, ni cosa alguna que se le envidie.

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